lunes, 29 de agosto de 2016

Las pruebas de Imprenta" de Rodolfo Walsh

La trama gira en torno de la muerte de Raimundo Morel, un inspector, traductor y escritor. Una mirada superficial haría juzgar que se trata de un suicidio o un accidente, ya que Morel estaba solo en el estudio de su casa, sentado con las pruebas de gráfica de un texto que debía entregar con urgencia y con un arma de su propiedad, así como los accesorios necesarios para la limpieza del arma encima de la mesa. El comisario Jiménez encamina el análisis de balística al perito mientras Daniel Hernández, compañero de Morel, presta atención a las pruebas de gráfica que el muerto estaba revisando. La caligrafía de Morel se hace vacilante, casi un garabato, para volver a lo normal en el tramo siguiente e inmediatamente decae nuevamente. La intermitencia de ese registro no permite diagnosticar una borrachera y configura el único elemento que no encaja en una explicación de suicidio o accidente. 

Tras reunir las informaciones sobre la localización de la casa de un sospechoso, amigo de la familia, y los horarios en los cuales Morel fue visto y su cadáver descubierto por la esposa que retornaba al hogar, Daniel Hernández construye otra hipótesis. Su conocimiento del oficio de revisor le permite que imagine un viaje en tren hacia el suburbio donde vive el sospechoso. La víctima puede haberse desplazado con las pruebas, ya que tenía urgencia en entregarlas, con el objetivo de trabajar en ellas durante el trayecto. La intermitencia en la caligrafía vacilante podía corresponder a la frecuencia de las estaciones en las que el tren se detiene. Una tabla de horarios de tren y las pruebas de gráfica permiten imaginar procedimientos, motivaciones, movimientos de la víctima y de los cómplices en el crimen, la mujer y su amante, amigo de la familia y ejecutor, para recibir el seguro de vida del muerto. La palabra “pruebas” tiene varios sentidos: en ambas narrativas se trata, además de pruebas de gráfica, de indicios o pruebas del delito; en el relato de Conan Doyle, también se trata de una prueba académica. Pero, en las dos tramas, las pruebas se refieren a traducciones: del inglés, de un libro de Oliver Wendell Holmes, autor homónimo del personaje de Conan Doyle, en la novela de Walsh; de Griego Antiguo, en “La aventura de los tres estudiantes”. 

En esa colección se afirma un nuevo par de investigadores: el comisario Jiménez y Daniel Hernández. Walsh parece volver al policial de enigma a la inglesa: el par es exponente del fair-play y desaparece la voz plebeya presente en “Las tres noches de Isaías Bloom”, como si el autor hiciera un ejercicio para dominar los tics originales del subgénero, filtrados en el cuento por las lecturas de Borges. En “La aventura de las pruebas de imprenta”, el par está formado por un exponente de la “policía científica”, el comisario Jiménez, y Daniel Hernández, cuyo conocimiento se basa en el dominio de un oficio, el de corrector de pruebas de gráfica, que comparte con la víctima. Ese fue, durante años, también, el oficio de Walsh. Y son esos saberes de pobre, presentes en toda la literatura del autor, en sus cuentos y en no pocos reportajes para revistas, los que permiten desvelar el crimen. Hay un diálogo, un embate, entre el conocimiento de la ciencia y el conocimiento del oficio, en el cual ambos miden su eficacia. El hecho de que el asesino nada sepa de ese oficio le impide borrar los rastros, los indicios, la información encriptada en el registro de las correcciones, que sólo Daniel Hernández puede reconocer e interpretar. 

El corrector/detective amateur descifra una escritura incomprensible. Sólo un corrector de oficio, que sabe leer con “lentitud”, puede comprender. Leer con lentitud para recoger las señales es la capacidad que Walsh cultivará para alimentar su oficio de criptógrafo. Es la cualidad que atraviesa su ficción de investigación y su trabajo periodístico. Acompañará al autor también como un tema obsesivo en su obra. El modo de leer de Hernández combina la observación minuciosa y la fantasía; la atención formal y la interpretación de los significados. Este es el método que Charles S. Pierce popularizara como método abductivo y que Walsh llama “razonamiento por probable inferencia”. Se formulan, a partir de él, hipótesis que luego van a ser verificadas por pruebas de carácter documental. La aparente irrealidad que tiñe la superficie de los hechos es sólo un obstáculo que pone aún más alto el éxito de la investigación. Daniel Hernández aborda los crímenes como escenografías que ocultan las pruebas y requieren para ser desentrañadas un acercamiento por indicios.

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